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    4. LA VERDAD Y LOS SUEÑOS 
  
  
  
   
   En 1930 Binswanger establece los fundamentos para una analítica existencial de los sueños en 
   su obra Traum und Existenz. El valor significativo de un sueño no se mide ya según los análisis 
   psicológicos que pueden hacerse de él. La experiencia onírica tiene un significado tanto más rico 
   cuanto es irreductible a determinaciones psicológicas. Por este motivo, interesan especialmente los 
   llamados “sueños de la mañana”, aquellos en los que no existe ninguna perturbación orgánica o 
   psicológica que los motiven. 
  
  
  
   
   Dos autores racionalistas han tratado en la época clásica el tema de los sueños y la 
   imaginación: Spinoza y Malebranche. Para el primero, la imaginación existe vinculada con los 
   movimientos del cuerpo, y es ésta la que da a los sueños de los profetas su coloración individual. 
   Este lenguaje que se expresa mediante la imaginación en los sueños es el que tenía Dios con los 
   hombres en el origen, con el cual les enseñó sus mandamientos y les reveló la verdad. El sueño 
   profético sería para Spinoza como la vía oblicua de la filosofía. Es otra experiencia de la misma 
   verdad “pues la verdad no puede ser contradictoria consigo misma”. Es Dios mismo quien se revela a 
   los hombres por medio de imágenes. Malebranche, por otro lado, recupera la idea de que la 
   imaginación expresa una verdad que desborda al hombre por  todos lados pero que se ofrece al 
   espíritu bajo la forma concreta de la imagen. 
  
  
  
   
   Continuando con esta línea de pensamiento clásico, para Binswanger, la experiencia onírica no 
   puede ser reconstruida completamente mediante el análisis psicológico y designa al hombre como 
   ser trascendente. Lo imaginario es el signo de lo trascendente y el aspecto que toma la 
   trascendencia bajo el signo de lo imaginario es el sueño. En la tragedia clásica de la Antigüedad, el 
   hombre sabe que se encuentra en el sueño con lo que ha sido, es y será. 
  
  
  
   
   En Aristóteles, el alma durante el sueño se desliga de la agitación del cuerpo. Se vuelve 
   sensible a los movimientos más tenues del mundo, a las agitaciones más lejanas. Finalmente el alma 
   se sume en el kosmos y se mezcla con sus movimientos en una especie de unión acuática. Para los 
   estoicos, en cambio, el cuerpo sutil del alma se encendería con el fuego secreto del mundo y 
   penetraría con él la intimidad de las cosas. 
  
  
  
  
   Las reflexiones sobre los sueños se prolongan a lo largo del siglo XVIII en el esoterismo y la alquimia 
   y se convierte en uno de los temas románticos por excelencia. “El sueño nos enseña de modo 
   notable la sutileza de nuestra alma para insinuarse entre los objetos y transformarse a la vez en 
   cada uno de ellos” dirá Novalis en los Schriften.
  
  
  
   
   En la tradición alemana, hay una corriente de pensamiento bastante amplia que trata el 
   inconsciente, desde Leibniz a Hartmann. Entrado ya el siglo XIX Baader y Carus se ocuparán del 
   mundo onírico. Para el primero, el sueño es un relámpago que lleva a la visión interior más allá de 
   las mediaciones de los sentidos. En la vigilia, la sensibilidad externa se impone a la interna, pero en 
   el sueño, la segunda prevalece, y el espíritu se desvanece en un mundo subjetivo mucho más 
   profundo que el mundo de los objetos y cargado de una significación mucho más pesada. El privilegio 
   concedido por la tradición a la conciencia vigilante no es más que “incertidumbre y prejuicio”, dice 
   Baader. La intuición que acompaña el sueño es la forma más elevada de conocimiento.  Para Carus, 
   el conocimiento vigilante de la conciencia, a saber, la receptividad de los sentidos y la posibilidad de 
   ser afectado por los objetos, no es más que “oposición al mundo” [Gegenwirken der Welt]. La 
   experiencia onírica sería una visión lejana [Fernsehen] que no se limita a los 
   horizontes del mundo.
 
  
   Lucas Risoto, los sueños como expresión de la verdad. Introducción a la ...
  
  
  
  
    4. LA VERDAD Y LOS SUEÑOS 
  
  
  
   
   En 1930 Binswanger establece los fundamentos para una analítica existencial de los sueños en 
   su obra Traum und Existenz. El valor significativo de un sueño no se mide ya según los análisis 
   psicológicos que pueden hacerse de él. La experiencia onírica tiene un significado tanto más rico 
   cuanto es irreductible a determinaciones psicológicas. Por este motivo, interesan especialmente los 
   llamados “sueños de la mañana”, aquellos en los que no existe ninguna perturbación orgánica o 
   psicológica que los motiven. 
  
  
  
   
   Dos autores racionalistas han tratado en la época clásica el tema de los sueños y la 
   imaginación: Spinoza y Malebranche. Para el primero, la imaginación existe vinculada con los 
   movimientos del cuerpo, y es ésta la que da a los sueños de los profetas su coloración individual. 
   Este lenguaje que se expresa mediante la imaginación en los sueños es el que tenía Dios con los 
   hombres en el origen, con el cual les enseñó sus mandamientos y les reveló la verdad. El sueño 
   profético sería para Spinoza como la vía oblicua de la filosofía. Es otra experiencia de la misma 
   verdad “pues la verdad no puede ser contradictoria consigo misma”. Es Dios mismo quien se revela a 
   los hombres por medio de imágenes. Malebranche, por otro lado, recupera la idea de que la 
   imaginación expresa una verdad que desborda al hombre por  todos lados pero que se ofrece al 
   espíritu bajo la forma concreta de la imagen. 
  
  
  
   
   Continuando con esta línea de pensamiento clásico, para Binswanger, la experiencia onírica no 
   puede ser reconstruida completamente mediante el análisis psicológico y designa al hombre como 
   ser trascendente. Lo imaginario es el signo de lo trascendente y el aspecto que toma la 
   trascendencia bajo el signo de lo imaginario es el sueño. En la tragedia clásica de la Antigüedad, el 
   hombre sabe que se encuentra en el sueño con lo que ha sido, es y será. 
  
  
  
   
   En Aristóteles, el alma durante el sueño se desliga de la agitación del cuerpo. Se vuelve 
   sensible a los movimientos más tenues del mundo, a las agitaciones más lejanas. Finalmente el alma 
   se sume en el kosmos y se mezcla con sus movimientos en una especie de unión acuática. Para los 
   estoicos, en cambio, el cuerpo sutil del alma se encendería con el fuego secreto del mundo y 
   penetraría con él la intimidad de las cosas. 
  
  
  
  
   Las reflexiones sobre los sueños se prolongan a lo largo del siglo XVIII en el esoterismo y la alquimia 
   y se convierte en uno de los temas románticos por excelencia. “El sueño nos enseña de modo 
   notable la sutileza de nuestra alma para insinuarse entre los objetos y transformarse a la vez en 
   cada uno de ellos” dirá Novalis en los Schriften.
  
  
  
   
   En la tradición alemana, hay una corriente de pensamiento bastante amplia que trata el 
   inconsciente, desde Leibniz a Hartmann. Entrado ya el siglo XIX Baader y Carus se ocuparán del 
   mundo onírico. Para el primero, el sueño es un relámpago que lleva a la visión interior más allá de 
   las mediaciones de los sentidos. En la vigilia, la sensibilidad externa se impone a la interna, pero en 
   el sueño, la segunda prevalece, y el espíritu se desvanece en un mundo subjetivo mucho más 
   profundo que el mundo de los objetos y cargado de una significación mucho más pesada. El privilegio 
   concedido por la tradición a la conciencia vigilante no es más que “incertidumbre y prejuicio”, dice 
   Baader. La intuición que acompaña el sueño es la forma más elevada de conocimiento.  Para Carus, 
   el conocimiento vigilante de la conciencia, a saber, la receptividad de los sentidos y la posibilidad de 
   ser afectado por los objetos, no es más que “oposición al mundo” [Gegenwirken der Welt]. La 
   experiencia onírica sería una visión lejana [Fernsehen] que no se limita a los 
   horizontes del mundo. 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  
  
 
 
  
 
 
 