Lucas Risoto, los sueños como expresión de la verdad. Introducción a la ...  1. INTRODUCCIÓN. SUPERACIÓN DE LA POSICIÓN CARTESIANA: DEL SUJETO PURO A LA EXISTENCIA.   Antes de entrar de lleno en las escuelas de fenomenología existencial es necesario conocer a qué responde, de dónde proviene. La fenomenología existencial es un intento por repensar la noción cartesiana de sujeto, desbordarla, hallar lo no pensado en ella, y abrir una nueva forma de pensar que si bien tiene su origen en Descartes se desvincula radicalmente de él. Al respecto distinguimos tres líneas de ruptura que darán a luz a tres corrientes de pensamiento complementarias: la psicopatología de orientación fenomenológica, el análisis de los sueños y la filosofía de la existencia. Dejamos aquí de lado esa otra gran ruptura con Descartes que supuso el psicoanálisis. En 1641, cuando Descartes publica las Meditaciones Metafísicas abre toda una concepción del sujeto que será la principal y rectora de la Modernidad. El empirismo, las ciencias de la naturaleza y más tarde el positivismo tendrán en él su punto de arranque. Se trata de un sujeto puro, abstracto, que no está sometido a ninguna limitación, ni está enraizado en ninguna situación concreta. La claridad y la certeza son garantías del conocimiento y la extensión el atributo fundamental de los cuerpos. La imaginación está relegada a un segundo plano o es fuente de error “....sé con certeza que nada de lo que puedo comprender por medio de la imaginación pertenece al conocimiento que tengo de mí mismo, y que es preciso apartar el espíritu de esa manera de concebir, para que pueda conocer con distinción su propia naturaleza” (Descartes. Meditaciones Metafísicas con objeciones y respuestas. Madrid: Alfaguara pp.26) De ella sólo se puede decir que produce representaciones, imágenes cuya principal característica es en algunos casos su falsedad. “Pues los pintores, incluso cuando usan del mayor artificio para representar sirenas y sátiros mediante figuras caprichosas y fuera de lo común, no pueden, sin embargo, atribuirles formas y naturalezas del todo nuevas, y lo que hacen es sólo mezclar y componer partes de diversos animales; y si llega el caso de que su imaginación sea lo bastante extravagante como para inventar algo tan nuevo que nunca haya sido visto, representándonos así su obra una cosa puramente fingida y absolutamente falsa, al menos los colores que usan deben ser verdaderos” (Ídem, pp.19). Este sujeto que se atiene estrictamente a las reglas para la dirección del espíritu, a la duda metódica, que no descansa hasta encontrar una última certeza donde apoyarse, excluye por principio la locura. “Y¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, ir vestidos de oro y púrpura, estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros, o tener el cuerpo de vidrio? Mas los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo” (Ídem, pp. 18) Los locos se identifican por ser aquellos que quedan fuera de la razón, por lo tanto, antes de haber dado su primer paso, cualquier meditación filosófica ha de excluir la locura. La locura es considerada aquí como lo otro de la Razón, su sombra. Además, dado que el ser del hombre está definido desde antiguo como animal rationale es lícito buscar las causas de la locura en una anomalía en el funcionamiento del cerebro. Va a quedar aquí apuntada la dirección general que tomará la psicopatología de Bleuler y Kräpelin. Se trata de la idea de la alucinación como “percepción sin objeto” o la manía como un “juicio erróneo a que se aferra el sujeto a pesar de todas las pruebas en contra” cuya causa estaría en alteraciones fisiológicas.